Continuamos abordando nuestro punto de vista sobre el relevo y la transición en el PRD, repasando una vez más la coyuntura favorable que tuvo Hipólito Mejía para erigirse como nuevo líder en esa organización política. Sin embargo, esa fuerza que concentró desde el gobierno se desvió hacia fines ajenos a un ejercicio político sano, que mantuviera firme la base ideológica y la estructura dejada por Peña Gómez.
La mística perredeísta, heredada de la lucha por la democracia y las libertades durante el enfrentamiento contra los doce años de Balaguer —en los que persistieron prácticas del régimen dictatorial de Trujillo—, fue dando paso a otra forma de hacer política en el PRD. Esas ideas fueron quedando relegadas, mientras las luchas entre tendencias por la nominación presidencial se convirtieron en las verdaderas protagonistas.
La corriente de Hipólito se volvió cada vez más sectaria, radicalizando su posición de grupo, lo que quebró el equilibrio natural del PRD y le restó su espíritu de lucha social. En cambio, se dio mayor importancia y espacio a los enfrentamientos por posiciones dentro del gobierno y del partido.
En ese contexto también se produjo la llamada “Alianza Rosada” con el Partido Reformista, que negaba toda la esencia de lucha histórica y patriótica del PRD. Esta alianza quebró uno de los pilares más emblemáticos del partido y arrasó deliberadamente con los cimientos de los liderazgos provinciales y regionales, ya sea por capricho o por el deseo de hacer daño a dirigentes y líderes territoriales, con fines oscuros y turbios.
La “Alianza Rosada” se convirtió en una de las más mezquinas y aberrantes de la historia política reciente, ya que con ella se sepultaron, en la conciencia nacional, los aportes de una generación de jóvenes que entregaron incluso su vida por la democracia y las libertades de nuestro país.
Ese crimen contra la memoria histórica de los dominicanos repercutió profundamente, transformando la forma de hacer política hacia valores contrarios a los mejores intereses del país. Así vemos hoy cómo nuestra gente ya no se mueve por ideales ni por reivindicaciones sociales: solo el clientelismo electoral destaca como factor decisivo en los procesos electorales.
No se trata únicamente de las candidaturas acordadas, en las que Hipólito, con su influencia en el PRD, decidió apoyar a los reformistas en 10 senadurías, 64 diputaciones y 42 sindicaturas. La forma en que gravitó ese acuerdo fue aún más trascendental, pues socavó los cimientos históricos del PRD y el legado dejado por su líder, Peña Gómez.
Una vez más se marcó una distancia abismal entre la política con contenido ideológico y de valores, frente a un pragmatismo cargado de odios y resentimientos. Este, a su vez, sirvió de tapadera para el surgimiento de otros intereses oscuros que han venido emergiendo en años recientes.
Todos anhelamos un sistema de partidos fuerte y confiable. Para ello, es necesario que los procesos internos de los partidos promuevan liderazgos con valores, comprometidos con las verdaderas necesidades de la sociedad dominicana. Solo así se podrá evitar que tantos escándalos sigan minando la confianza ciudadana en los partidos políticos.
De ahí que este precedente de la “Alianza Rosada” dejó un legado negativo que daña y empaña el sistema de partidos en nuestro país.
La próxima semana abordaremos el proceso de transición y relevo en el PLD.